Todos los pueblos tienen su memoria histórica y tiene que ser recogida

Publicado el: 01/07/2011 / Leido: 11341 veces / Comentarios: 0 / Archivos Adjuntos: 0

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Todos los pueblos tienen su memoria histórica y tiene que ser recogida

Lleva media vida entre archivos y aspira a que se diseñe un plan para recoger los testimonios orales de los ancianos extremeños
Cursó COU el año de la muerte de Franco y se incorporó a la Universidad de Extremadura al ejercicio siguiente. Confiesa que aceptaría como un honor ser nombrado cronista municipal y que mira con cierta envidia cómo su hijo mayor asiste a las asambleas de los acampados del 15-M en Cáceres. «Yo pasaría la noche allí, pero él tiene 20 años y yo tengo 54 y, en fin...».
-¿Fernando Jiménez Berrocal es un ratón de biblioteca?
-De biblioteca no, en todo caso de archivo. A mí me ha gustado mucho la investigación de siempre, desde que estaba en la Universidad. Empecé a investigar en 4º y 5º de carrera, cuando ya tienes claro la especialidad que quieres hacer. Siempre me ha gustado mucho el mundo de los archivos. Antes de ser archivero ya había trabajado en el archivo del Monasterio de Guadalupe, en el archivo Diocesano. He tenido una beca de Archivos y Bibliotecas de la Diputación de Cáceres. O sea, que empecé en esta vía. Si eso es ser un ratón de archivo, pues sí que lo soy, aunque por suerte hay que decir que en el archivo histórico del Ayuntamiento por lo menos ya no hay ratones ni bichitos raros.
-Cáceres no valora su pasado minero, sus hornos de cal, la ribera del Marco... ¿Qué es lo que se valora aquí?
-Aquí lo que se valora es la ciudad monumental. El problema que tiene Cáceres a la hora de establecer el desarrollo de la historia de la ciudad, precisamente es la ciudad monumental. Porque da la sensación como que la historia de Caceres se hubiese quedado parada en el siglo XVII, cuando ya no se construye nada más en la ciudad monumental. Ese esplendor de la ciudad monumental pienso que es el que, de alguna manera, ha impedido investigar otras cuestiones del pasado histórico, quizás tan importantes o más para conocer la historia, (no hablo de riqueza arquitectónica, sino de historia) como puede ser los laneros y los catalanes, Aldea Moret, la industria de la cal, las lavanderas...
-¿Por qué se interesó, precisamente, por investigar sobre las lavanderas?
-Porque a mí siempre me ha gustado la historia social. Soy de una generación que entró en la Universidad, la primera después de muerto Franco, en el año 1976, y tuve buenos maestros. Recuerdo por ejemplo a Ángel Rodríguez, Antonio Rodríguez de las Heras, Enrique Cerrillo, Antonio Campesino... Yo soy hijo de esta universidad y además en estado puro porque estudié la carrera aquí y he trabajado siempre en esta ciudad.
-¿Las lavanderas le pareció que era un colectivo olvidado?
-Llegué al mundo de las lavanderas por casualidad. En el Taller de Historia Oral empezamos a hacer un trabajo con los abuelos sobre fiestas ya desaparecidas y nos encontramos con una fiesta que había desaparecido después de la guerra civil y que es la fiesta de las lavanderas o la fiesta del Febrero. Eso nos dio pie para saber quiénes eran las lavanderas, dónde vivían, cuánto ganaban, a qué se dedicaban, para qué familias trabajaban, cuáles eran sus ritos, en qué consistían esos ritos dentro de la gastronomía, dentro del ocio, etcétera, etcétera. Fue una manera de descubrir otra parte de la ciudad. De hecho, el libro se llama 'Una experiencia de investigación histórica a partir de testimonios orales' porque no había testimonios escritos, no había libros, no había bibliografía.
-Ha dado conferencias sobre archivos públicos e historia oral en Extremadura. ¿A qué conclusiones ha llegado?
-Son formas diferentes de aportación, de formación para el historiador. Yo creo que en Extremadura, en los archivos últimamente, se ha hecho un trabajo de recuperación como lugares para la investigación. Los documentos tienen que tener un trato determinado. No vale cualquier instalación para archivo. En los ayuntamientos, hasta no hace mucho tiempo, los papeles viejos se iban metiendo en una habitación. He visto archivos municipales de pueblos que daban pena, incluso con documentos del siglo XVIII.
-¿Y ahora la situación es mejor?
-Por lo menos los que yo he visto me parece que sí. Hay también un interés mayor de la sociedad por no destruir su pasado. Y luego existe una ley, la Ley de Archivos, y existe la Ley de Patrimonio Histórico Español, en la cual el patrimonio documental ocupa un lugar privilegiado. Ahora no se le ocurre a ningún alcalde destruir un archivo municipal. Hace cincuenta años era normal decir: «Llévate todos los papeles porque no valen para nada y necesitamos sitio». Así se destruía la historia, en definitiva.
-¿Y respecto a los testimonios orales?
-Ocurre prácticamente lo mismo. Lo que pasa es que con los testimonios orales no hemos tenido ningún archivo de la memoria histórica de esta tierra. Y cuando hablo de la memoria histórica no hablo de la guerra civil. Cuando hablo de la memoria histórica hablo de la memoria que tienen las personas a través de su tránsito por la vida para aportar conocimiento a otras generaciones. Y eso puede servir para la guerra civil, para la postguerra, para la transición... para cualquier proceso histórico. Todos los pueblos tienen su memoria histórica y tiene que ser recogida. Óltimamente se están creando archivos de la memoria. Son magníficos. He conocido uno en un pueblecito de Cataluña, La Roca del Vallés, donde lo que recogen son los testimonios orales de los ancianos: a qué jugaban, cómo galanteaban con las mozas, cuáles eran las músicas que escuchaban, cómo bailaban, cómo daban los pasos, cómo se buscaban la vida. Todo eso, recuperado en soportes, para que dentro de sesenta u ochenta años un investigador que esté trabajando pueda recoger esos testimonios y aplicarlos.
-¿Hacen falta experiencias similares en Extremadura?
-Creo que sí, que la creación de un archivo de la memoria histórica de esta tierra es necesario, y cada día que pasa es tiempo que perdemos. Porque es cierto, cuando un anciano se muere, una biblioteca se cierra. No podemos permitirnos el lujo de perder tanta información por no tener archivos de la memoria; yo no sé si histórica, pero sí de la memoria.
-¿Le gustaría historiar, por ejemplo, la Extremadura de la etapa autonómica?
-Uff... No, no.
-De joven quiso hacer la revolución. ¿Ya se ha olvidado de esas aspiraciones o ya no tiene sentido la revolución?
-No, no me he olvidado de nada. Es cierto que cuando llegué a la universidad el tiempo lo dividíamos entre aprender y hacer la revolución.
-La 'revolución' entre comillas.
-Entre comillas. La revolución era transformar el medio ¿no? Hacer la revolución en la universidad era pasar de una biblioteca que tenía 35 sillas para los estudiantes a tener una biblioteca en condiciones; era que se legalizasen los partidos políticos, o los sindicatos de clase. Eran cuestiones que hoy día las vemos como algo que parece que ha existido siempre, pero no hay que engañarse eso no ha existido siempre. La ley de amnistía o leyes posteriores, durante la democracia, como la ley del divorcio, siempre han tenido la presión de la sociedad. Las cosas no llegan solas. No me he olvidado de la revolución. Ahora que veo acampados todos los días en la Plaza Mayor a los chicos del 15-M te confieso que me identifico plenamente con ellos. Porque creo que son chicos que están a su manera, de una manera pacífica y de una manera honrada, luchando por su futuro.
-¿Y los mira con más escepticismo que nostalgia o con más nostalgia que escepticismo?
-Con más nostalgia. Soy muy nostálgico en ese sentido. Se lo decía el otro día a mi hijo mayor, que tiene 20 años. Me contaba que venía de una asamblea del 15-M y le dije que yo me iría encantado a pasar la noche allí. Lo hubiese hecho si tuviese 20 años, tengo 54 y, en fin...
-Hay un dicho un poco cínico que sostiene que el que no es revolucionario a los 20 años no tiene corazón y el que lo sigue siendo a los 50 no tiene cabeza.
-[Risas]. Por supuesto. A los 20 años tiene que aspirar a transformar el medio, como aspiran los chicos del 15-M, bueno, y no tan chicos.
-¿Le gustaría ser cronista municipal?
-Esa es una pregunta que hace poco me planteaban unos amigos. Por lógica, el cronista de la ciudad en los últimos años, en las últimas décadas, ha sido el archivero municipal. ¿Me gustaría serlo? Si me nombran cronista de la ciudad lo aceptaré con todo el honor del mundo. Nací en esta ciudad, en ella he vivido prácticamente toda mi vida y creo conocer su historia, a sus gentes, y las claves sociológicas. Si me nombran, encantado de la vida, pero es una cuestión que depende de un pleno del Ayuntamiento de Cáceres. Son puestos vitalicios.
-¿La historia siempre la escriben los vencedores?
-Siempre la han escrito los vencedores. Y la han interpretado los vencedores. Por lo menos durante gran parte de la historia. Aunque ahora el proceso de 'escribir la historia' se ha socializado. La opinión es más variopinta, más plural, más abierta. Por ejemplo en el siglo XIX en Extremadura el índice de analfabetismo era tremendo, el apego a la tierra era importante, lo que impedía muchas veces el desarrollo de los pueblos y eso hacía que se escribiese para un determinado grupo, que era el que tenía acceso al conocimiento y a la cultura.
-¿Cómo definiría esta época en que se cierran 28 años de gobiernos socialistas en la región?
-Es el fin de una etapa. Yo creo que la sociedad democrática no lo potencia pero sí incluye el cambio, la alternancia en el poder. Si es el deseo de los extremeños, me parece que estamos en nuestro derecho de elegir nuestro futuro. A veces en Extremadura cuando hablamos de elecciones municipales o autonómicas no somos muy dados a la autocrítica. Pero cuando se nombra a un alcalde, ese alcalde tiene que ser alcalde de todos los ciudadanos, sean del partido que sean y de la tendencia que sean. Y en la comunidad autónoma tiene que aplicarse el mismo principio.
-¿Qué le falta a Cáceres?
-No sé, en mis tiempos decíamos que le faltaba un puerto de mar, un paseo marítimo. Pero como eso es complicado, le falta que tengamos más ilusión en las cosas, que seamos más soñadores. Somos excesivamente pragmáticos. Vamos siempre a lo práctico. Quizás porque es una ciudad donde la mayor parte de los ciudadanos vivimos de ser funcionarios. A una ciudad de servicios, de esas características, lo que le falta es poesía, lirismo, saber que podemos hacer las cosas y hacerlas bien. No debemos tener ningún complejo.

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