Filosofa la gran María Zambrano sobre el acto de escribir y cada vez estoy más persuadida de que debemos recuperar a nuestros filósofos:
"Mas las palabras dicen algo. ¿Qué es lo que quiere decir el escritor y para qué? ¿Para qué y para quién? Quiere decir el secreto; lo que no puede decirse con la voz por ser demasiado verdad; y las grandes verdades no suelen decirse hablando. La verdad de lo que pasa en el secreto seno del tiempo, en el silencio de las vidas, y que no puede decirse."Hay cosas que no pueden decirse", y es cierto. Pero esto que no puede decirse, es lo que se tiene que escribir."
(Del artículo "Por qué se escribe", Revista de Occidente, junio de 1934).
Estoy tan de acuerdo con ella...
En estos últimos días se nos han dicho en este foro algunas verdades a través de las palabras escritas, y en la medida que pertenezco al colectivo afectado y más directamente afectado por vivir en Alicante, por desarrollar mi trabajo desde 1992 en el Archivo Histórico Provincial de Alicante, creo que yo tampoco puedo callar.
Pero más aun, no puedo guardar silencio cuando a mi también me ha conmovido el grito del anciano Stéphane Hessel: ¡Indignaos!.
Ese grito hondo de aquel que ha luchado, arriesgando su propia vida, por construir un mundo mejor y observa, atónito, como se desmorona, ese costosísimo mundo, cual castillo de naipes, sin esfuerzo alguno.
Es un grito convocante, nos convoca a todos a no renunciar más, a recuperar y a asumir la dignidad lograda por los que nos precedieron, y a apropiárnosla como un valor irrenunciable para lo grande y para lo pequeño. Quizás ante los grandes males de la humanidad, este es pequeño, demasiado pequeño, pero lo que solemos llevar entre las manos, acostumbra a ser lo diminuto. Lo insignificante suele ser extrapolable, y siempre se empieza por algo...
La consideración de la sociedad sobre la política y los políticos, los constituye en una de las sacrosantas instituciones más desacreditadas. En este momento de nuestra historia, lamentablemente, casi ningún color ideológico puede escapar al descrédito, pero las estadísticas a veces nos parecen ciencia ficción. Sin embargo, los que desarrollamos nuestra labor profesional en el sector público, experimentamos, en muchas ocasiones, en nuestra realidad, lo que constituye ese imaginario colectivo. Por eso, cuando se habla, cuando se cuenta lo que sucede en la Comunidad Valenciana, no puedo evitar trasladarme a mi propia experiencia vital de veinte años, y concluir, que en este territorio nuestro, la historia de los archivos desde el estado de las autonomías, es una historia bastante triste, bastante yerma, indiferentemente del color del arco iris, que haya dominado el paisaje. Creo que es una historia de supeditación al libro y las bibliotecas, una historia también de reinos de Taifas, de particularidades y personalismos, y es, en definitiva, una historia de éxodo por el desierto, sin haber alcanzado todavía la tierra prometida.
¿Pero cual es la tierra prometida para un archivero? Para mí, después de tantos años de ejercicio profesional, pienso que ya solo es una: constituirnos, de verdad, en la memoria colectiva de la sociedad. Y eso, que puede parecer únicamente grandes palabras, supone, no obstante, alcanzar nuestra dignidad más alta de la que hablaba al principio. Supone convertirnos en los custodios, en los difusores, y en los garantes de la construcción de esa memoria colectiva, para que la sociedad pueda avanzar sin perder de vista lo que fue, para no incurrir en los mismos errores y para nutrirse de todo lo bueno que los que nos precedieron lograron alcanzar para nosotros, como herencia sagrada.
Es entonces cuando la utilización mezquina de nuestro ser, de la esencia de nuestra ciencia y de nuestro gremio, sea cual sea el espacio geográfico en el que existamos, se nos debe transformar en insoportable. Y es que el político, cualquier político, todo político, está para servir a la sociedad a través de los gestores de ella, y no para, a la inversa, utilizar la gestión, convirtiéndola en un escaparate en el que lucirse, sostenerse o prosperar. ¡Queda tanto por hacer...!
Cuando alguien ha hablado teóricamente estos días, de nuestro posible servilismo ante el político de turno, a mi me tiembla el alma y se me pone alerta la conciencia. Porque estoy persuadida, con profunda convicción, de que nuestra labor, sin parecerlo, calladamente, tiene algo de prolongación en el tiempo, en el largo tiempo de la sociedad, que conforma el escenario por el que nosotros, en nuestro trabajo diario, nos movemos, a través de los documentos de la historia, y que poco tiene que ver con nuestro corto tiempo vital.
Entonces, enredarnos en nuestro pequeño tiempo, el de nuestros insignificantes intereses personales, es caer en la mezquindad más pobre.
Por eso, y volviendo a nuestra dignidad más grande, en la medida en que esta se ve amenazada, y porque dignidad e indignación van parejas, hay que sucumbir al grito de Hessel e indignarnos:
- Indignarnos por que las soluciones, los proyectos, las realizaciones, etc. que se adopten, no respondan al bien común, que debe ser esencia de la política y también de la gestión administrativa, que esta conlleva.
- Indignarnos por la renuncia, la ausencia, o el desprecio, a los grandes principios como los de"igualdad, mérito y capacidad" a los que nos acogimos, y por los que entramos en la función pública.
- Indignarnos cuando no se nos permite trabajar para contribuir a dar a conocer la verdadera memoria de la sociedad y se sigue pretendiendo ofertar y difundir, solo memorias sesgadas o memorias resplandecidas.
- Indignarnos cuando las grandes inversiones públicas, formadas por las pequeñas aportaciones de cada ciudadano, y todos somos"cada ciudadano," buscan el lucimiento personal, la propia perpetuación, y no el beneficio y la mejora de esta sociedad nuestra.
- Indignarnos, por fin, y también, porque nuestras ilusiones, nuestras utopías, nuestros sueños, nuestras creencias, nuestros esfuerzos, nuestra dedicación, nuestra entrega, nuestra preparación, nuestra formación, nuestra experiencia, nuestro trabajo cotidiano y callado, nuestro monástica labor diaria, como me gusta metafóricamente llamarlo, por lo que tiene de construir civilización y en cierto modo algo de eternidad... sean despreciados o pisoteados, o tal vez, sencillamente, olvidados.
No encuentro ninguna forma mejor de acabar que retornando al comienzo, a la palabra escrita y viva de María Zambrano:
"Estar en estado de paz significa traspasar un umbral: el umbral entre la historia, toda la historia habida hasta ahora, y una nueva historia. La paz no es cómoda. Es vivir en estado de alerta, sintiéndonos parte de todo lo que acontece, aunque sea como minúsculos actores en la trama de la Historia y aun en la trama de la vida de todos los hombres. No es el destino, sino simplemente convivencia, lo que sentimos nos envuelve: sabemos que convivimos con todos los que aquí viven y aun con los que vivieron. El planeta entero es nuestra casa".