Publicado el: 13/01/2011 / Leido: 9996 veces / Comentarios: 0 / Archivos Adjuntos: 0
Fuente: http://www.lne.es
JOSÓ MANUEL PONTE El pasado martes, y con asistencia de los Príncipes de Asturias y otras autoridades, se procedió en Santiago de Compostela a la primera de las sucesivas inauguraciones que merecerá la obra de la llamada Ciudad de la Cultura, hasta su terminación definitiva en una fecha aún por concretar. Una forma de proceder muy propia de nuestra clase política, que celebra la colocación de las primeras piedras con unos fastos parecidos a los de la colocación de las últimas, con tal de salir retratada en los medios y presumir de eficacia.
Todos conocemos la existencia de autovías, o de líneas férreas, cuyas obras fueron iniciadas hace casi veinte años y continúan siendo inauguradas, casi kilómetro a kilómetro, por los ministros de Fomento de los sucesivos gobiernos, sin que nadie se ponga colorado. Esta vez, de la imponente obra que impulsó el «visionario» Fraga, sólo se han puesto oficialmente en marcha la Biblioteca y el Archivo de Galicia, dos instituciones que ya existían, pero que ahora cambian de sede. El Archivo ocupaba un edificio anexo a mi domicilio y al romántico jardín coruñés de San Carlos, donde reposan los restos del general sir John Moore. En el lugar donde resido, a esta institución se la conocía como Casa de Cultura (calificativo más modesto, ya que no es de la misma dimensión una casa que una ciudad), y también albergaba la Biblioteca municipal y la residencia del archivero-bibliotecario que la dirigía. En tiempos, vivió allí el poeta Miguel González-Garcés, que encontró abundantes motivos de inspiración en el privilegiado entorno de la bahía, el jardín y el casco viejo.
Del disparate político y presupuestario que supone la construcción de la llamada Ciudad de la Cultura ya se ha dicho lo suficiente (incluidos en las críticas feroces los que antes la elogiaban) y no conviene abundar mucho más en ello. Con el dinero que va a costar (se habla de 80.000 millones de las antiguas pesetas) se podrían haber rehabilitado todos los cascos históricos de las ciudades y pueblos de Galicia, conservado y rehabilitado todo el patrimonio monumental, dotado de centros culturales a comarcas enteras que carecen de ellos y fomentado la investigación. Y no se habrían dado casos tan vergonzosos como el de recurrir a la financiación privada para restaurar el Pórtico de la Gloria, o contemplar cómo se caen a pedazos edificios tan emblemáticos como la torre de los Morenos en Ribadeo.
Al margen de los méritos estrictamente arquitectónicos de una obra que nadie sabe qué función práctica va a cumplir, lo que sí parece seguro es que a los promotores políticos de este disparate faraónico nadie (excepto la historia, como decía Franco) los va a juzgar por malversación de caudales públicos. Sugerí en su momento que el edificio se entregase inacabado a la Iglesia católica, la institución más eficaz en dar destino a edificios vacíos y sin chimeneas, y nadie me hizo caso. Pero no me desanimo, y ahora propongo que se destine a albergar una institución que promueva la cultura celta, lo que permitiría implicar en el proyecto a los gobiernos de Francia, de Irlanda, de Gran Bretaña y hasta de Asturias. La Galicia pagana, la Galicia castreña, la Galicia anterior al cristianismo, también merece un buen derroche de dinero público. ¡Qué magnos festivales de música celta podríamos celebrar en ese espléndido escenario! ¡Y qué bien sonarían allí las gaitas!