Publicado el: 03/12/2010 / Leido: 10051 veces / Comentarios: 0 / Archivos Adjuntos: 0
Aunque mantiene su importancia en la trama de industrias creativas, el museo como institución pública ha perdido una parte de su poder de mediación o su posición privilegiada en lo que entendemos por cultura. Quienes conforman en la actualidad el panorama cultural son los grandes actores de las industrias culturales y de la comunicación, así como el magma difuso de los productores que actúan desde la subordinación de su singularidad creativa, vendiendo su capacidad de creación o siendo expropiados de ella. Además, atravesamos una profunda crisis del sistema, de la que el museo no es ajeno. Si el paradigma económico basado en la especulación y el dinero fácil no se sustenta, es evidente que la primacía del edificio y del espectáculo sobre el programa artístico ha dejado de tener validez y que la exigencia de inventar otros modelos es imperiosa.
La generación de un nuevo modelo cultural debe ir acompañada de cambios institucionales, porque las instituciones son las principales estructuras de invención de lo social, de un hacer afirmativo y no limitativo. En este contexto se hace necesario el replanteamiento de la institución desde el ámbito de lo común, que emerge de la multiplicidad de singularidades que no construyen una esfera pública estatal pero tampoco privada.
A menudo imaginamos una construcción artística en la que el otro habla con nosotros, cuando en realidad no es así. No es suficiente con representar al otro, hay que buscar formas de mediación que sean ejemplos y prácticas concretas de nuevas formas de solidaridad y relación. Si el gran objetivo de las industrias culturales y aun de las instituciones artísticas es la búsqueda del afuera, de la innovación, con el fin de domesticarlo o convertirlo en mercancía, la nueva esfera institucional debería tener una dimensión abierta, explícitamente política, recoger esa multiplicidad y proteger sus intereses, y favorecer las excedencias éticas, políticas y creativas. Es muy importante la búsqueda de formas legales adecuadas a la estructura de la red como forma de producción y la promoción de lo común frente a la industria. Es primordial lograr que las instituciones devuelvan a la sociedad lo que capturan de esta y que no se produzca el secuestro de lo común a través de las individualidades.
Una propuesta para un futuro museo de lo común entrañaría la acción decisiva en tres apartados:
En primer lugar, la colección. Esta no construye una historia compacta y excluyente, aunque tampoco es el cajón de sastre del multiculturalismo. Se trata, por el contrario, de una colección en la que se establezcan múltiples formas de relación, que cuestionen las jerarquías establecidas. Se propugna una identidad relacional que no es única ni atávica, sino de raíz múltiple. Esta situación determina la apertura al otro y plantea la presencia de otras culturas y modos de hacer, sin miedo a un hipotético peligro de disolución. Porque no se puede entender la poética de la relación sin tener en cuenta la noción de lugar. La dependencia centro-periferia deja de tener sentido; y no se produce, como ha ocurrido tantas veces en nuestro país, una reivindicación del centro a partir de la periferia. La relación no va de lo particular a lo general, o viceversa, sino de lo local a la totalidad-mundo, que no es una realidad homogénea, sino plural. En ella el arte busca simultáneamente el absoluto y su opuesto, es decir, la escritura y la oralidad.
En segundo lugar, la creación de un archivo de lo común, un archivo de archivos. Este comporta la ruptura con la noción del museo como propietario y su sustitución por la de custodio de bienes que nos pertenecen a todos. Se trata de catalogar y digitalizar obras, documentos, etc, y ponerlos a disposición de la comunidad de usuarios. Pero también se comparten opiniones, comentarios y juicios, así como las normas que ordenan dichas opiniones. Así se construye una historia coral, en la que ofrecemos nuestra versión de la Historia y en la que el otro también explica cómo se ve a sí mismo y cómo nos ve. Es importante que estas historias se multipliquen. Si el sistema económico de nuestra sociedad se basa en la escasez lo que permite que los objetos de arte alcancen unos valores desorbitados, el archivo de lo común se asienta en el exceso, en una ordenación que escapa al criterio contable.
Finalmente, la organización de una red heterogénea de trabajo con colectivos, movimientos sociales, universidades, etc, que favorezcan la interpelación de la institución y la generación de un espacio de negociación y no sólo de representación. Este espacio se crea a partir del reconocimiento de estos otros agentes, al margen de su grado de formalización institucional, como interlocutores válidos en la definición de los objetivos y en la administración de los recursos. Ello conlleva el replanteamiento de la función del museo para dotar a esta exploración colectiva de modos no autoritarios y no verticales de acción cultural, de plataformas de visibilidad y de debate público abierto.
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