Publicado el: 13/12/2016 / Leido: 13795 veces / Comentarios: 0 / Archivos Adjuntos: 0
ANTONIO VIUDAS CAMARASA (miembro de la Real Academia de Extremadura)
12/12/2016
Llamada inesperada a las diez de la mañana: «Le comunico que don Pedro Rubio ha fallecido a las nueve». Pregunto cómo y me confirma una voz segura: «El miércoles pasado me encomendó que me despidiera de todos los académicos en su nombre». Don Pedro sabía que se iba y estaba seguro de ello. Me llamaba con interés por mi trabajo sobre la historia de la Real Academia de Extremadura, no en vano son 28 años en ella. Se aseguró de que el borrador de las actas de todas las guardadas por él habían llegado al archivo académico. «Muchas gracias, don Pedro, me serán muy útiles para completar mis memorias académicas». Archivero en los mínimos detalles domésticos. Le conocíamos sus amigos y otras personas como archivero de vocación. «Quería ser archivero desde que me salieron los dientes. Desde pequeño me gustaba mucho la historia. Además, tengo una memoria felicísima», declaró en 2003. «Antonio, yo estudiaba teología, era aplicado, pero no tenía vocación de teólogo, lo que me gustaba de verdad eran los archivos».
Dedicó su vida a poner en orden numerosos archivos eclesiásticos y civiles, siempre a disposición de los investigadores. En 1992 me enseñó su Archivo de la archidiócesis de Sevilla, su gran obra. El intelectual sencillo estaba lleno de estudios y galardones, pero no los lucía ni en su porte ni en su labia: premio extraordinario de Licenciatura y doctor en Filosofía y letras por la Universidad de Sevilla; Medalla de Oro, premio extraordinario y doctor por la facultad de Historia de la iglesia de la Universidad Pontificia de la Universidad Gregoriana de Roma; diplomado en Paleografía y diplomática del Vaticano.
Otras hazañas las emprendió en los inicios dando clases de Historia de la Iglesia en el Seminario Conciliar de San Atón de Badajoz --del que ha escrito su historia-- a alumnos que terminaron unos en curas y canónigos y otros desempeñando funciones en la vida social y económica de Extremadura. Tuvo admiradores, también envidiosos, que añoraban su forma campechana de ser. Le visité muchas veces en su Domus Petri de la Antilla, sobre todo tras elegirme con su voto favorable, según me confesó, miembro de la Real Academia de Extremadura. Apoyó mi gestión tanto en la creación del boletín académico como en su dirección. Fue un compañero fiel con los fieles. Elegido censor académico gracias a los que le queríamos y deselegido del cargo gracias a los envidiosos, algunos discípulos suyos. Odiaba las intrigas y era llano como un campesino bueno, como su padre, y humilde como su hermana con quienes compartí almuerzos en su casa sevillana.
Pedro Rubio es un buen archivero y buena persona, tan buena persona que hace quince días me confesaba: «Estoy impedido, ya no puedo andar y la operación se retrasa». Al final descubrió que gracias a mí José María Quintillá a través de la curia lleidatana lo llamó para poner en orden el archivo de la catedral de Lérida. Y lo puso y muy bien.
La labor como archivero la comenzó en el ayuntamiento de Badajoz. Miembro del Cuerpo Facultativo de Archiveros y Bibliotecarios del Estado. En Cáceres ejerció la profesión como canónigo archivero de la diócesis de Coria-Cáceres y del ayuntamiento; fue director de los archivos histórico-provincial de la delegación de hacienda y de la Excma. Audiencia Territorial; desempeñó la función de delegado provincial de archivos y director del Museo Provincial de Bellas Artes y fundó el Museo del Mono, sede hoy de la Fundación Biblioteca Alonso Zamora Vicente. El título del que más se sentía orgulloso era el de ser hijo predilecto de Valdefuentes, su pueblo natal. Su biblioteca en vida la repartió entre Valdefuentes y la Real Academia de Extremadura en Trujillo.
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