Publicado el: 22/06/2014 / Leido: 11837 veces / Comentarios: 0 / Archivos Adjuntos: 0
Francisco Javier Acuña 22/06/2014 00:58
“El estado de los archivos públicos, en general, es un desastre...”. Al margen de contados centros de preservación documental, la mayoría de los archivos locales, estatales y municipales se encuentra en condiciones penosas; más de dos mil 600 archivos son depósitos de papeles o contenedores en versión microfilmada —obsoleta— de documentos viejos.
Con esas tremendas palabras entrecomilladas comenzó el brillante discurso de Mercedes de Vega en el Palacio de Lecumberri (sede del Archivo General de la Nación, del cual es la directora), en un evento dedicado a sentar las bases y el camino a la conciliación de los principios para la elaboración de una Ley General de Archivos, una urgente nueva legislación que prevé en sus disposiciones transitorias el recién reformado artículo sexto de la Constitución.
Mercedes habló ante Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación; don José Narro Robles, rector de la UNAM; Arely Gómez, senadora del PRI; Ximena Puente de la Mora, presidenta del IFAI; Mauricio Merino e Issa Luna Pla, entre otros muy distinguidos académicos y expertos en transparencia y archivonomía.
Al día siguiente, en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, continuaron los trabajos y resonaron las expresiones de la doctora De Vega, quien amplió su mensaje con una exposición franca, en los aspectos dramáticos, y a la vez esperanzadora, condicionada a intervenciones precisas para remedio.
Dentro del desordenado archipiélago de archivos en caos, se salvan, por correr otra suerte, los fondos documentales históricos federales y algunos locales que, por tales motivos, han recibido en las últimas décadas aportaciones gubernamentales en recursos humanos y tecnológicos para rescatar esos tesoros y ponerlos en valor.
Los otros archivos administrativos de la función pública contemporánea, los que hemos dicho están para llorar, son panteones de documentos que se desintegran entre la humedad y las plagas hasta volverse inservibles, y que si no son atendidos, pronto serán basureros en los que a lo mucho se podrán pepenar fragmentos informacionales; de suyo son bancos documentales incompletos, por la tendencia arraigada a sólo documentar lo mínimo o, en otras palabras, a hacerlo de modo arbitrario y, en consecuencia, a sólo archivar lo “conveniente” de aquella crónica de la gestión pública que se consideraba adecuado registrar. Los hoyos negros informativos del pasado del quehacer público son boquetes irrecuperables, pero si no se homogeniza la metodología para la gestión documental de hoy (que incluye la dominante dimensión digital), seguiremos yendo en sentido inverso a lo deseable, reflejo de una democracia insuficiente. No puede haber una democracia amnésica de los procesos que la forman cada día. Pero no basta tener archivos funcionales; si no son consultables esos acervos por cualquiera y en línea, son prácticamente inútiles, artificiales.
*Comisionado del IFAI
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